Eduardo Rinesi
Entre el miedo al virus y el confinamiento social, durante el 2020 sentimos que estábamos atravesando una situación en la que todos los conceptos hasta entonces trajinados se ponían a prueba definitiva ¿Cuál será de aquí en más nuestra relación con las ideas? ¿Nos guiarán ellas en la construcción de prácticas que de manera ineludible deben incorporar en adelante dimensiones éticas, estéticas y políticas hasta ahora un tanto desdeñadas tales como el cuidado del otrx o cierta disposición sensible a la solidaridad comunitaria? ¿El Estado se encargará finalmente de velar por la seguridad de nuestras vidas frente a –como suele decirse- “el enemigo invisible” de un virus que saltó del reino animal al humano, a consecuencia, presumiblemente, del maltrato hacia la naturaleza? No son éstas preocupaciones meramente teóricas. Y no lo son porque, entre otras cosas, concebimos a la teoría como una práctica en sí misma que nos lleva a romper el hechizo de identificación entre lo real y el concepto que lo designa. Pues sabemos que ni el mundo se reduce al concepto, como podría suponer el idealismo de cuño hegeliano, ni el concepto dimana prístino de un mundo que amablemente se deja nombrar por los sentidos que lo captan, como muy resumidamente podríamos decir que imagina el empirismo. La obra de arte (como hecho social) y la experiencia estética (como otra de las esferas autónomas de la subjetividad, junto a la del conocimiento y a la del comportamiento ético) juegan en todo esto su propio rol ¿Qué nos enseña la obra acerca de la totalidad social en la coyuntura de una humanidad amenazada? Nos proponemos abordar los sentidos de nuestra época mediante la interpretación de las obras de arte: sean las clásicas revisitadas o sean aquellas que se reportan como expresión de lo nuevo.
